Gualberto Solano: “Yo no elegí esta lucha, me la impusieron”

Choele Choel, Río Negro. En la plaza central, Gualberto Solano suele ser reconocido antes de decir su nombre. Su rostro y su voz se hicieron conocidos en marchas, medios y audiencias judiciales desde noviembre de 2011, cuando comenzó a buscar a su hijo Daniel, desaparecido mientras trabajaba en una finca frutícola. “Yo vine a buscar a mi hijo y me encontré con un sistema que explota, roba y calla”, dijo más de una vez.

Daniel había viajado desde Tartagal, Salta, contratado para la cosecha de peras y manzanas. Nunca volvió a su alojamiento. Las versiones oficiales se contradecían, y Gualberto, en vez de regresar a su provincia, se quedó en el Valle Medio. “Si me iba, era como abandonarlo. Y yo no abandono a mi hijo”, contó en una entrevista radial.

Lo que descubrió durante la búsqueda lo marcó para siempre. Denunció redes de reclutadores y contratistas que ofrecían trabajo “en blanco” y terminaban imponiendo condiciones precarias, con descuentos abusivos y sin registrar aportes. “No es solo mi hijo. Hay cientos en la misma situación, y nadie hacía nada”, repitió en audiencias públicas.

Poco a poco, y con mucho esfuerzo, aquel hombre recorrió escuelas, sindicatos y foros sociales para hablar de trabajo esclavo y de los impactos ambientales de ciertas prácticas agrícolas. “Cuando se arrasa con la tierra y el agua, también se arrasa con la gente”, decía.

En una charla en Bariloche, relató cómo vio campos fumigados al lado de casillas donde dormían los peones. “Respiraban veneno todo el día. Después, cuando se enfermaban, los mandaban de vuelta a su casa como si nada”.

No tenía formación técnica ni militancia previa, pero sí un sentido de justicia que no se negociaba. “Yo no soy político ni experto, pero sé lo que es la injusticia. Y mientras tenga voz, la voy a usar”, afirmó en una asamblea en Allen.

A medida que pasaban los años, su causa se volvió también la de otros. “Al principio pensaba que mi pelea era solo por Daniel. Hoy sé que es por todos los hijos que se van y no vuelven, por todos los que trabajan de sol a sol y ni siquiera pueden soñar con un futuro mejor”, dijo en 2018, durante una movilización en Roca.

Incluso enfermo, no dejó de viajar para participar en audiencias y reuniones. “Si yo no hablo, mi hijo se muere dos veces”, comentó en una entrevista televisiva. En esos últimos años, fue acompañado por organizaciones de derechos humanos, colectivos ambientales y sindicatos rurales.

En Choele Choel lo recuerdan caminando con carpetas llenas de pruebas, golpeando puertas de oficinas y entregando documentos que pocos querían recibir. “Me dijeron que estaba loco, que nunca iba a llegar a nada. Pero acá estoy, y voy a seguir”, declaró en una marcha frente al juzgado local.

Su lucha expuso algo más que un caso individual: mostró cómo un modelo productivo puede sostenerse sobre la explotación y el daño ambiental, ocultos tras la etiqueta de “fruta de exportación”. “La pera que se come en Buenos Aires o en Europa muchas veces tiene detrás la historia de un trabajador explotado”, denunció en un acto en Plaza de Mayo.

Gualberto Solano murió en 2018, pero su voz sigue apareciendo en cada reclamo por justicia laboral y ambiental en el Valle Medio. “Yo no elegí esta lucha, me la impusieron. Pero mientras estuve de pie, la llevé hasta donde pude”, dijo en su última entrevista conocida.

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