Ultra fast fashion: se use una sola vez y contamina para siempre

Mujer rubia con camisa blanca y pantalón negro de pie sobre una gran tubería amarilla junto al mar, sosteniendo un abrigo beige al viento.

La moda siempre ha jugado un papel central en cómo nos mostramos y cómo nos relacionamos. Pero detrás de la aparente diversión que significa elegir ropa, existe una industria que multiplica su ritmo de producción a niveles nunca vistos. Lo que antes se llamaba fast fashion, es decir, ropa barata fabricada en grandes cantidades y con cambios de colección constantes, ahora se ha transformado en algo todavía más voraz: el ultra fast fashion. El término no es un mero juego de palabras; describe un sistema que acelera la cantidad de prendas que circulan en el mercado a una velocidad descontrolada.

La lógica detrás de este modelo es clara: producir más, vender más y hacerlo lo más rápido posible. Lo que no se dice tan alto es que este engranaje trae consigo un enorme costo ambiental y social. Ejemplos hay de sobra: Shein, la marca china que se volvió símbolo de esta industria, es también una de las compañías textiles más contaminantes de un sector que ya de por sí tiene una pesada huella en el planeta.

Con la ayuda de los famosos hauls, esos videos que circulan en TikTok o Instagram donde alguien muestra su última compra de ropa, este modelo se expande como una moda que nunca caduca. El problema es que sus impactos tampoco caducan: mientras la prenda tal vez se use una sola vez, los residuos que deja permanecen durante siglos.

Los químicos que destapó Greenpeace en 2022

Hace pocos años, en 2022, la organización Greenpeace en Alemania publicó un informe demoledor sobre Shein. El estudio advertía que el modelo de negocio de la empresa se sostiene en prácticas que implican el uso de sustancias peligrosas y en una producción que degrada el ambiente. Para demostrarlo, se analizaron 47 productos distintos, entre ropa y calzado para hombres, mujeres y niños. El resultado fue alarmante: siete de ellos contenían niveles de químicos que sobrepasaban los límites legales establecidos en la Unión Europea, y cinco lo hacían incluso por más del doble.

Para esa investigación, Greenpeace adquirió 42 prendas directamente en las páginas de Shein de varios países europeos como Austria, Alemania, Italia, España y Suiza. Otras cinco se compraron en una tienda temporal en la ciudad alemana de Múnich. Luego, todas fueron enviadas a laboratorios independientes que detectaron, por ejemplo, cantidades muy elevadas de ftalatos en el calzado y formaldehído en un vestido infantil. Estos compuestos, empleados para que los plásticos sean más flexibles o para mantener los tejidos libres de arrugas, representan un serio riesgo tanto para la salud humana como para el medio ambiente.

El informe concluyó que la empresa no sólo ignoraba normas ambientales básicas de la UE, sino que además ponía en peligro tanto a consumidores como a quienes trabajan en la cadena de producción. En palabras de Viola Wohlgemuth, especialista de la oficina alemana de Greenpeace, este tipo de producción responde a un sistema lineal que resulta incompatible con un futuro climático estable. La activista sostuvo también que el surgimiento del ultra fast fashion agrava aún más la crisis climática, y por eso reclamaba leyes estrictas que frenen el modelo. Para ella, el camino debería ser cambiar la lógica del consumo, reduciendo la compra de nuevas prendas en lugar de normalizar su adquisición compulsiva.

Alianza entre influencers y la ultra fast fashion

La receta del ultra fast fashion no se basa sólo en fabricar a un ritmo frenético. Hay un ingrediente clave que explica su éxito: el marketing digital. Shein y Temu, otra de las grandes marcas del sector, han sabido capitalizar la fuerza de las redes sociales para llegar a públicos masivos. Los influencers, con sus reseñas, sus videos de compras y sus códigos de descuento, se han convertido en los mejores vendedores de este tipo de productos. Lo preocupante es que el mensaje llega, cada vez más, a adolescentes, niños y niñas que son especialmente vulnerables a los estímulos del consumo.

Algunas autoridades ya empiezan a reaccionar ante este escenario. Francia, por ejemplo, aprobó recientemente una ley que establece medidas inéditas: prohíbe la publicidad de las marcas de fast y ultra fast fashion, aplica impuestos adicionales a cada prenda para reflejar su impacto ambiental y obliga a incorporar etiquetas que muestren con claridad el costo ecológico de la producción. Además, prevé sanciones para influencers que promuevan este tipo de consumo.

Ropa hecha de petróleo que vuelve al planeta como desecho

El ultra fast fashion no sólo acelera las tendencias, también reinventa su sistema productivo para que cada paso sea todavía más veloz. La comunicadora en sostenibilidad Dafna Nudelman explicó en su boletín que estas empresas adoptaron un modelo de microproducción apoyado en herramientas digitales y en inteligencia artificial. ¿Cómo funciona? Se detectan microtendencias en redes sociales, se diseñan prendas de forma automatizada, se lanzan al mercado unas cien unidades de prueba y, si funcionan, en apenas dos días se escalan a grandes volúmenes.

El modelo obliga a los proveedores a cumplir tiempos imposibles, mucho más rápidos que los de competidores como Zara, y además se apoya en el transporte aéreo para enviar los pedidos a todo el mundo. Este detalle no es menor: transportar mercaderías en avión emite entre 60 y 80 veces más dióxido de carbono por kilo que hacerlo por barco.

Pero el problema no termina ahí. Aun si la prenda llegara sin tanta huella de carbono, su composición plantea otra dificultad. La mayoría de estas marcas utiliza materiales derivados del petróleo. Nudelman señala que en el caso de Shein el 82% de sus productos se fabrica con telas sintéticas, lo que la convierte en la marca que más plástico utiliza en sus prendas. La ecuación es simple: ropa barata, hecha de plásticos que duran siglos, diseñada para ser descartada en cuestión de semanas.

El costo real lo pagan las personas y el planeta

El negocio del ultra fast fashion reparte beneficios a muy pocos, pero deja a su paso una montaña de consecuencias negativas que terminan cargando las comunidades y el ambiente. Cada segundo, en distintas partes del mundo, un camión lleno de textiles termina en un vertedero o es incinerado. Lo que no se entierra ni se quema, se envía a países de África del Este y del llamado Sur Global, donde llegan toneladas de ropa de segunda mano o directamente basura textil.

Ese ciclo de compra y descarte perpetuo sólo asegura la rentabilidad de las empresas, mientras multiplica los daños sociales y ambientales. Frente a esta realidad, la lista de motivos para evitar la moda ultra rápida es demasiado extensa como para ignorarla. Detrás de cada prenda barata que aparece en las redes se esconde una historia de contaminación, explotación laboral y degradación ambiental que nos acompañará durante generaciones.

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