“Esto me está matando”: los camioneros que transportan veneno sin saberlo

Camión industrial en plena faena
Camión industrial en plena faena
Camión de carga operando en un galpón industrial, con vapor elevándose bajo la luz de la mañana.

Tom McKnight aún recuerda aquella primera capacitación que recibió cuando empezó a manejar camiones para la industria del fracking en Ohio. Fue hace más de diez años, pero la escena se le quedó grabada. Uno de los nuevos preguntó si existía riesgo de radiación al transportar los residuos que salían de los pozos. El instructor apenas sonrió.

“Simplemente lo ocultó”, cuenta hoy McKnight, con la serenidad de quien ya cargó demasiadas respuestas tardías. “Dijeron que no es radiactivo en absoluto”. Sin embargo, puede contener niveles alarmantes de radioactividad.

Hoy, con nódulos en los pulmones y un diagnóstico de cáncer a cuestas, McKnight no tiene dudas: “Me engañaron”. Nunca le dijeron qué estaba transportando, ni le ofrecieron protección. Solo le dieron un volante, una ruta y un reloj.

Él no es el único. Billy Randel, también camionero retirado, escuchó historias similares durante años, hasta que decidió organizarlas. Fundó el Movimiento de Camioneros por la Justicia, y desde ahí viene empujando una exigencia simple: que el gobierno federal audite el transporte de estos residuos y diga, de una vez, la verdad.

“No les dicen a los conductores qué contiene esta sustancia”, insiste Randel. “Porque no quieren que lo sepamos”.

Randel y su grupo enviaron una carta al Departamento de Transporte de EE. UU. pidiendo una revisión urgente. Sostienen que hay empresas que mueven residuos radiactivos sin etiquetarlos como peligrosos, que no capacitan a sus choferes y que, en muchos casos, los exponen sin ningún tipo de control.

La ley federal que regula el transporte de materiales peligrosos exige protocolos claros: etiquetas visibles, capacitación en respuesta a emergencias, informes. Pero nada de eso se aplica al fracking, gracias a una vieja exención en la Ley de Conservación y Recuperación de Recursos. Aunque, como señala Shannon Smith, directora de FracTracker, “los desechos de petróleo y gas, incluidos materiales radiactivos y tóxicos, se transportan sin una clasificación de peligro ni supervisión adecuadas”.

Smith sabe de lo que habla: su organización lleva años recolectando datos sobre la industria. Afirma que la falta de control no solo expone a los camioneros, sino que deja a las comunidades enteras en la ignorancia. “Las fugas, los derrames, los accidentes… nadie sabe qué hay dentro de esos camiones”, alerta.

Del otro lado, las empresas sostienen que todo está bajo control. “No hay mayor prioridad para nuestra industria que la seguridad de los trabajadores y la comunidad”, afirma Patrick Henderson, vocero de la Coalición Marcellus Shale. “Los operadores siguen protocolos estrictos para el manejo, la gestión y el transporte de residuos”.

Pero testimonios como el de Sean Guthrie cuentan otra historia. Guthrie trabajó durante años en una planta de tratamiento de aguas residuales de fracking en Virginia Occidental. No sabía lo que había dentro de los tanques. Nadie se lo dijo.

“Nos manchábamos, nos manchábamos las botas, los pantalones. Recuerdo una vez que se abrió una válvula de golpe y me mojé la cabeza”, relata. “Por lo que dijeron: ‘No hay de qué preocuparse’”.

Después de once años en el rubro, Guthrie dejó todo. Lo empujó una enfermedad que le empezó a robar el aire: EPOC. Ya no puede respirar como antes. Dos colegas suyos murieron. Uno tenía poco más de treinta años.

John Quigley, exsecretario del Departamento de Protección Ambiental de Pensilvania, lo ve claro: “Hemos subestimado enormemente el riesgo y, por lo tanto, no hemos implementado las protecciones adecuadas”.

A lo largo de Pensilvania y Ohio, los camiones siguen circulando. Van de los pozos hasta los vertederos o los pozos de inyección, sin etiquetas, sin advertencias. En 2014, uno volcó en Barnesville, Ohio. El líquido salado —a veces llamado “salmuera”— cruzó un campo y llegó al embalse local. La Agencia de Protección Ambiental del estado detectó niveles elevados de radio en el agua.

“Contaminaron nuestro embalse”, dice Jill Hunkler, activista ambiental y fundadora de Ohio Valley Allies. “Como mínimo, debemos reconocer los verdaderos costos y perjuicios de lo que esto realmente implica y lo peligroso que es. Y debemos empezar por proteger a los trabajadores”.

Hoy, algunos camioneros empiezan a sospechar. Randel lo escucha seguido: “Nuestros conductores están empezando a entender: ‘Un momento, esto me está matando’”.

El fracking, dice, repite la historia oscura de la minería del carbón. “La actividad industrial supera con creces la comprensión de sus posibles impactos”, coincide Quigley.

“Vemos esto como una guerra”, lanza Randel. “Un proceso larguísimo, paso a paso, para derribar esta industria por lo que le ha hecho a los trabajadores, a sus comunidades y, sobre todo, a la Madre Tierra”.

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