La energía que nadie usa en Estados Unidos (y la empresa que aprendió a sacarle jugo)

Dos personas conversan mientras toman café frente a una maqueta de turbinas eólicas, en un entorno laboral vinculado a energías renovables.

Imaginá esto: vas manejando por una ruta en el campo, el viento sacude los pastizales y, a lo lejos, ves una fila de aerogeneradores. Pero al acercarte, notás algo raro: algunos no giran. ¿Están rotos? No. Están apagados.

Lo que parece una contradicción —tener energía disponible y no usarla— es mucho más común de lo que se cree. En Estados Unidos, por ejemplo, se estima que entre un 30 % y un 40 % de la energía eólica o solar generada se desperdicia porque no hay forma de trasladarla o porque no hay quien la consuma en ese momento.

Y ahí es donde entra Soluna, una empresa que decidió instalar centros de datos —esos monstruos que consumen electricidad para hacer funcionar inteligencia artificial o minar criptomonedas— justo al lado de los parques eólicos. Donde nadie podía aprovechar la energía, ellos montaron sus operaciones. Literal.

Energía que sobra, energía que se pierde

John Belizaire, CEO de Soluna, habló al respecto en el portal citado de la entidad: “Ya está generada, pero nadie la usa. Nosotros vamos y la usamos. Esa energía, en vez de perderse, alimenta centros de datos que requieren mucha potencia, y a cambio pagan una tarifa más baja que la del mercado tradicional”, aseguró.

El problema está en que las redes eléctricas —diseñadas décadas atrás— no siempre están preparadas para mover esa energía desde el campo hasta las ciudades. ¿Lo peor? Como no hay demanda local suficiente, muchas veces se opta por apagar las turbinas o los paneles.

La energía renovable no usada —lo que se conoce como “energía restringida”— se convirtió en una oportunidad de negocio.

Cabe destacar que, en la actualidad, muchas empresas de tecnología ya no quieren depender de cuándo la red eléctrica pueda abastecerlos. Es importante mencionar, por otro lado, que la demanda de energía crece a gran escala, sobre todo por la explosión de la inteligencia artificial y otras tecnologías.

Ante este escenario, cada vez más centros de datos están montando sus propias fuentes de energía o asociándose con productores renovables. Según una encuesta reciente, para 2030, más de un tercio de estos centros generarán nada más y nada menos que su propia electricidad in situ.

Como punto a destacar, Soluna ya tiene proyectos en marcha en Kentucky y Texas, y planea otros siete más. Incluso hay competidores como IREN, que también se sumaron a este modelo. Ellos compran energía cuando sobra y apagan sus equipos cuando el precio sube, aprovechando al máximo el vaivén del mercado.

Lo que propone Soluna va más allá: sus centros de datos actúan como una especie de batería inteligente. Si la red está saturada, bajan el consumo. Si hay energía de sobra, procesan a máxima capacidad. “La informática, en este caso, es mejor batería que una batería”, se animó a decir Belizaire.

Ese modelo les permite mantener tarifas bajas y una matriz energética limpia: más del 75 % de su consumo proviene de fuentes verdes. Pero ojo: no todo es tan simple. Las redes todavía necesitan modernización, las baterías siguen siendo caras y el transporte de energía a larga distancia continúa siendo una limitación seria.

En vez de exigir que el sistema se adapte a ellos, estas empresas decidieron adaptarse a lo que ya existe y está infrautilizado. Firman contratos directamente con los generadores —que antes duraban cinco años y ahora pueden extenderse hasta una década— y se instalan donde nadie más quiere estar.

Mientras tanto, en California, solo en 2024 se desperdiciaron más de 3,4 millones de megavatios hora de energía solar y eólica. Según datos de Soluna, eso podría haber alimentado a 1,3 millones de hogares durante un año.

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