¿Qué esconden las olas de calor? Nuevas pistas sobre enfermedades que cambian con el clima


En medio de veranos cada vez más extremos, una investigación reciente revela algo poco discutido: las enfermedades no solo se agravan con el calor, también cambian de forma. Así lo muestra un estudio publicado en PLOS Climate, liderado por la bióloga Niamh McCartan, del Trinity College de Dublín, que analizó cómo las olas de calor afectan la dinámica entre parásitos y sus huéspedes. Los resultados, según dijo la autora, fueron “sorprendentemente impredecibles”.
El experimento se hizo con pulgas de agua (Daphnia magna) y su parásito intestinal, Ordospora colligata. Se trata de un modelo simple pero revelador para entender cómo los ecosistemas responden al estrés térmico. “Realmente no sabíamos qué esperar al comenzar”, declaró McCartan en una entrevista reproducida por The Guardian. El equipo diseñó 64 escenarios distintos para simular olas de calor con diferentes duraciones, intensidades y momentos: antes, durante o después de la infección.
Y fue ahí donde surgió lo inesperado. En algunos casos, el calor duplicó la carga parasitaria. En otros, la redujo drásticamente. “ La respuesta varía según el momento exacto en que ocurren y las condiciones de base del entorno”, explicó McCartan.
Lo que parece un dato de laboratorio, en realidad tiene implicancias más amplias. De acuerdo a diversos estudios, el 70 % de los casos de coronavirus en 2022 podrían haberse evitado si no hubiesen coincidido con picos de calor extremo. ¿El motivo? El calor alteró los hábitos sociales y en parte porque debilitó el sistema inmunológico.
Peter Hotez, especialista del Baylor College of Medicine, advirtió que “la mayoría de las muertes posteriores a la disponibilidad de vacunas ocurrieron en personas no vacunadas”, y señaló que las condiciones climáticas jugaron un papel silencioso pero relevante en la propagación del virus.
Este tipo de efectos también se ven en otros organismos. En los corales, las temperaturas elevadas reducen su capacidad de resistir infecciones. En mariposas monarca, en cambio, ciertos parásitos se ven debilitados con el calor. “Todo depende del contexto ecológico”, aclara McCartan. “Incluso pequeños cambios de temperatura pueden alterar completamente la interacción entre un huésped y un patógeno.”
La investigación apunta a una conclusión clara: las olas de calor no deben analizarse solo en términos de temperatura promedio. Lo que importa son los extremos, su duración, y el momento exacto en que ocurren. Esa variabilidad dificulta predecir y prevenir.
Y aunque las pulgas de agua parezcan lejanas, lo que ocurre con ellas podría anticipar cambios más grandes. “Si la base de la cadena alimentaria se altera, el impacto se traslada hacia arriba. Peces, aves, plantas: todo el ecosistema se ve afectado”, advierte el estudio.Con este escenario, el artículo publicado en PLOS Climate es una advertencia para las políticas sanitarias que se puedan llevar a cabo más adelante. No es solo prepararse para calor o frío. Las personas deben entender que los patógenos responden a cada ola de calor con una lógica propia. Y eso, en un planeta que ya superó varios umbrales climáticos, debería tomarse en serio.