Científicos de la ONU: cómo cumplir con la necesidad global de minerales esenciales

Investigadora en laboratorio observando una planta en una placa de Petri con guantes, barbijo y gafas protectoras.

En los pasillos de conferencias internacionales y en las páginas de informes técnicos, los minerales como el litio, el cobalto, el cobre y el níquel aparecen una y otra vez como si fueran las nuevas piezas de oro del siglo XXI. Todo el mundo habla de ellos: gobiernos, empresarios, científicos, activistas. Pero fuera de ese círculo, la mayoría de la gente sigue sin saber muy bien qué son ni por qué ahora todo depende de ellos.

No es culpa de nadie. Hasta hace poco, nadie necesitaba saberlo. Pero hoy esos elementos son imprescindibles para que funcione casi todo lo que llamamos “tecnología limpia”: autos eléctricos, baterías, paneles solares, turbinas eólicas. Lo curioso es que mientras más queremos alejarnos del petróleo, más necesitamos excavar.

Y eso trae un problema que ya no se puede ignorar: los minerales son finitos, están mal repartidos y su extracción no siempre es limpia. De hecho, casi nunca lo es.

Por eso, un grupo de investigadores ligados a Naciones Unidas acaba de poner sobre la mesa una idea que suena bastante lógica, aunque también algo incómoda: crear un fondo internacional de minerales. La propuesta es tratar a estos materiales no como propiedad exclusiva de un país o una empresa, sino como un recurso compartido, del cual depende toda la humanidad. Como si fueran aire o agua. O por lo menos intentarlo.

Según explicaron en un informe reciente y en una publicación paralela en Science, este fondo permitiría evitar guerras comerciales, garantizar el acceso a quienes no los tienen y reducir el impacto ambiental de la minería. Porque si algo quedó claro en las últimas décadas es que el mercado, por sí solo, no reparte ni cuida. Solo extrae.

El asunto es que la demanda crece más rápido que las soluciones. La Agencia Internacional de Energía estima que vamos a necesitar el doble de estos minerales en apenas seis años, y hasta tres veces más en 2050. Y no hay muchos lugares nuevos donde ir a buscarlos. Lo que queda está en zonas difíciles, en vetas pobres o atrapado en conflictos geopolíticos.

La mayoría de las reservas conocidas están en manos de unos pocos países: el litio en Bolivia, Chile y Argentina; el cobalto en la República Democrática del Congo; el níquel en Indonesia. Más del 70 % de la producción mundial sale de menos de diez territorios. La pregunta es qué pasa cuando uno de esos países decide frenar, cobrar más caro, o simplemente cae en una crisis.

Europa ya se adelantó. Esta semana anunció nuevos proyectos mineros en el extranjero para asegurarse lo que necesita. Y lo hizo bajo la Ley de Materias Primas Críticas, aprobada en 2023. Dicen que su demanda de litio va a multiplicarse por 12 antes de 2030. Que necesitan tierras raras para seguir fabricando turbinas y autos. Todo eso suena muy estratégico. Y muy desesperado también.

Estados Unidos, por su lado, sigue otra línea. El expresidente Donald Trump pidió acelerar los permisos de extracción, incluso en el fondo del mar. Sí, leíste bien: minería oceánica. Aún no hay explotaciones comerciales, pero la idea está ahí, flotando. Noruega, que iba a ser la primera, canceló todo por presión política. Algo huele raro cuando la solución a la escasez es raspar el fondo del océano con maquinaria pesada.

Desde el lado más sensato, algunos científicos insisten en que hay que mirar hacia adentro. Saleem Ali, del Instituto de Agua y Medio Ambiente de la ONU, repite hace años lo mismo: si organizamos bien lo que ya tenemos, si reciclamos mejor, si diseñamos productos que duren más, tal vez no haga falta abrir tantas minas nuevas. Parece obvio, pero no lo es.

Un informe de WWF publicado en 2022 decía que podríamos reducir casi un 60 % la necesidad de minerales nuevos si apostamos en serio por la economía circular. Pero claro, eso no genera titulares, ni inversiones millonarias, ni visitas de funcionarios con casco y chaleco.

Lo más triste es que la urgencia climática se está usando como excusa para repetir errores viejos. Queremos salvar el planeta, pero seguimos perforando. Queremos menos carbono, pero más excavadoras. Queremos energía limpia, pero sin mirar qué ensucia el camino para conseguirla.

El fondo internacional de minerales puede parecer ingenuo, utópico incluso. Pero también es una forma de decir: basta. No se puede seguir extrayendo sin pensar. No todo lo que brilla es transición energética. A veces, lo único que reluce es la codicia.

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