El retroceso del yaguareté en Misiones enciende las alarmas de los conservacionistas

Yaguareté en su hábitat natural dentro de la selva misionera, rodeado de vegetación densa y húmeda.
Yaguareté en su hábitat natural dentro de la selva misionera, rodeado de vegetación densa y húmeda.
Un yaguareté se desplaza sigilosamente entre la vegetación misionera. Su población volvió a caer tras más de una década de recuperación, encendiendo alarmas en el mundo conservacionista.

Desde el medio LA NACION aclararon que, durante años, hablar del yaguareté en la selva misionera era hablar de esperanza. El número de ejemplares había dejado atrás sus momentos más críticos, y cada nuevo relevamiento ofrecía una leve señal de mejora.

A pesar de esto, los datos publicados recientemente por especialistas de Argentina y Brasil torcieron esa tendencia. El crecimiento se detuvo, y por primera vez en más de una década, los números volvieron a caer. ¿Esto era probable?

Cabe destacar que hoy se estima que alrededor de 84 individuos recorren los rincones más profundos de Misiones. En 2022, el registro marcaba 93. Y si uno mira más atrás, se encuentra con una cifra prácticamente idéntica a la de 2014. Ese amesetamiento inquieta, no solo por lo que representa para este felino en peligro de extinción, sino porque expone un freno en la recuperación del ambiente que lo sostiene.

A lo largo de los años, el yaguareté fue desapareciendo de buena parte del mapa argentino. Solía habitar regiones amplias, incluso mucho más al sur. Hoy queda restringido a contados territorios, y Misiones concentra la mayor presencia. 

Desde allí, grupos como la Fundación Vida Silvestre Argentina, el Proyecto Yaguareté y entidades brasileñas monitorean su actividad mediante cámaras trampa escondidas en el monte, una tecnología que permite estudiar sus movimientos sin perturbarlos.

“Es un dato que no se puede ignorar. Supimos revertir situaciones críticas antes, y podemos volver a hacerlo si trabajamos de forma coordinada”, explicó Agustín Paviolo, investigador del CONICET y referente del Proyecto Yaguareté.

La causa más citada por quienes siguen el tema de cerca es tan evidente como alarmante: la selva cede paso a campos de cultivo, caminos o asentamientos. Es decir, el hábitat natural del felino se fragmenta, impidiéndole recorrer los grandes espacios que necesita para sobrevivir. La consecuencia inmediata es doble: el alimento se vuelve escaso y los encuentros con humanos se vuelven más frecuentes.

“El yaguareté es un termómetro del ambiente. Su declive habla de un ecosistema bajo presión”, remarcó Lucía Lazzari, de Fundación Vida Silvestre. Según explicó, reforzar la protección de áreas naturales, combatir la caza ilegal y fortalecer la educación ambiental son pasos urgentes.

En los últimos veinte años, Misiones dio señales positivas. Gracias a leyes más duras, operativos de control y campañas de concientización, la cacería se redujo. Aun así, no desapareció. Cada tanto, los registros vuelven a mostrar ejemplares heridos o muertos por disparos. Ocurre cuando el animal se acerca a viviendas rurales, y el miedo o la desinformación provocan reacciones violentas.

“La naturaleza no entiende de límites políticos. Si los países no se coordinan, el aislamiento será inevitable”, advirtió Lazzari.

Ese es el otro frente que preocupa. El yaguareté necesita selvas conectadas, territorios amplios y continuos que no respetan fronteras. Por eso, desde hace tiempo, se promueve la creación de corredores biológicos que crucen entre países y den una oportunidad real de supervivencia a esta especie que alguna vez fue símbolo del continente.

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