¿Por qué proteger a las ballenas es clave para la salud de los océanos?


El bienestar de las ballenas es fundamental para la salud de los océanos. No solo son los mamíferos marinos más grandes del planeta, sino que son esenciales para el equilibrio ecológico oceánico, por lo que, sin ellas el sistema marino colapsaría. Por este motivo, es necesario protegerlas de factores de riesgo como el cambio climático, la contaminación, los choques con embarcaciones y la pesca intensiva.
Pero a pesar de su importancia, en las últimas décadas, estos cetáceos han enfrentado diversas amenazas. La pesca de arrastre, el aumento de la temperatura de los océanos como consecuencia del calentamiento global y el ruido submarino que provocan las exploraciones que buscan minerales en el sustrato marino han transformado sus ecosistemas, poniéndolas en riesgo.
¿Por qué las ballenas son tan importantes para los océanos?
Las ballenas son imprescindibles para conservar el equilibrio en los océanos. Estos animales se alimentan en zonas profundas y luego liberan nutrientes en la superficie, por lo que contribuyen a fertilizar el fitoplancton, que sirve de base para toda la cadena alimenticia marina. A su vez, gracias al fitoplancton se genera el 50% del oxígeno que se respira en la Tierra y estos microorganismos se encargan de capturar una enorme cantidad de dióxido de carbono.
Por otro lado, los mamíferos marinos más grandes del mundo son grandes almacenadores de carbono. Se calcula que, a lo largo de sus vidas, son capaces de retener toneladas de este gas en sus cuerpos. Y cuando mueren lo transportan al fondo del océano, donde puede quedar durante siglos. Pero además, su forma de comportarse y su estado de salud sirve a los científicos como un indicador sobre el deterioro de los ecosistemas marinos.
¿Cuáles son las amenazas que enfrentan las ballenas?
La totalidad de las amenazas a las que están expuestas las ballenas provienen de actividades humanas. Entre las más graves se encuentra la pesca industrial, que no solo agota los peces de los que estos animales pueden alimentarse, sino que también aumenta el riesgo de que queden atrapadas entre las enormes mallas de arrastre.

Se estima que, cada año, miles de cetáceos quedan atrapados y mueren al quedar atrapados en redes diseñadas para otras especies. A su vez, los choques con embarcaciones comerciales o turísticas pueden provocar sus muertes. Esto sucede porque las rutas marítimas se superponen con las que las ballenas utilizan para sus migraciones.
Finalmente, deben lidiar con las plataformas petroleras establecidas en alta mar, los puertos y las flotas pesqueras, que contaminan el océano con hidrocarburos, residuos químicos y microplásticos. Estos venenos se acumulan en los organismos de todas las especies marinas y alteran el equilibrio de sus ecosistemas.
Contaminación acústica: un problema que hace cada vez más ruido
El sonido es una herramienta importantísima para las ballenas. A través de él se orientan, se comunican, encuentran alimento, migran y cuidan a sus crías. Pero la creciente contaminación acústica está poniendo en riesgo su estilo de vida. Las explosiones de la exploración de hidrocarburos pueden alcanzar los ¡250 decibelios! y repetirse cada 10 o 15 segundos durante semanas.
A esto se suma el ruido constante de los motores de grandes buques comerciales, cruceros turísticos y flotas pesqueras, que puede afectar y desorientar a los cetáceos desde kilómetros de distancia. Estudios recientes han demostrado que el rango auditivo de especies como la ballena franca austral o la ballena azul se ve drásticamente reducido por estos ruidos, lo que puede hacerlas modificar sus rutas migratorias o hasta perder contacto con sus crías.

Según datos de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), en los últimos 60 años, el tráfico marítimo se duplicó. Con él, también lo ha hecho el ruido submarino que genera estrés crónico en las ballenas, afectando sus sistemas inmunológicos y su capacidad de reproducirse con normalidad.
¿Qué se puede hacer para protegerlas?
Frente a este escenario, organizaciones ambientalistas como Greenpeace vienen impulsando desde hace décadas campañas para proteger a las ballenas y a sus hábitats. Gracias a estas iniciativas, en 1986 se logró prohibir la caza comercial. Sin embargo, países como Noruega, Islandia y Japón siguen aprovechando vericuetos legales para continuar con esta práctica.
Pero además de prohibir la cacería, es necesario que se establezcan zonas protegidas en aguas internacionales, que suelen ser “tierra de nadie”. También es importante regular el tráfico marino en aquellos lugares que sirven de ruta a los cetáceos, poner un freno a la exploración en alta mar y reducir la contaminación en todos los océanos del mundo.