Contaminación del aire: ¿Por qué no se cumple el derecho a respirar aire limpio? 

Desde hace más casi 80 años, la contaminación del aire es una preocupación a nivel global. Tal es así, que cuando en 1948 se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, entre los 30 artículos que hablan sobre derechos sociales, políticos y económicos, hubo uno dedicado al derecho a respirar aire limpio.

Cabría pensar que respirar debería estar implícito en el derecho a la vida, pero lamentablemente, la realidad muestra otra cosa. Aún en pleno siglo XXI, millones de personas alrededor del mundo siguen respirando aire contaminado que pone en riesgo su salud y acorta sus vidas. La contaminación del aire es un problema crítico que requiere soluciones integrales. 

Contaminación del aire: ¿Qué es el aire limpio?

El aire es, a simple vista, algo invisible. Pero cuando se lo analiza en profundidad en realidad es una mezcla de gases y partículas que está en constante transformación. Sus componentes principales son el nitrógeno, el oxígeno y el argón, que se mantienen estables desde hace millones de años. Sin embargo, existen otros elementos que, dependiendo de su proporción, pueden resultar muy dañinos para la salud y el medioambiente. 

Desde mediados del siglo XX, los científicos comenzaron a hablar de la “calidad del aire”. Esto hizo que se establecieran límites claros sobre qué concentraciones de contaminantes son tolerables y a partir de cuáles ponen en riesgo la vida. Entre los contaminantes más peligrosos se encuentran las partículas finas PM10 y PM2.5, el dióxido de nitrógeno, el ozono, el dióxido de azufre y el monóxido de carbono.

Sin embargo, determinar qué componentes del aire y en qué cantidad son insalubres no es una tarea sencilla. Esto se debe a que cada contaminante actúa de manera diferente en el organismo, y sus efectos dependen de cuánto tiempo y en qué niveles una persona está expuesta. No obstante, hoy existe un consenso sobre que superar ciertos valores es directamente nocivo.

Un nuevo día post pandemia

La pandemia de covid-19 fue un recordatorio brutal de cómo el aire que respiramos puede convertirse en un enemigo invisible. En 2020, después de que el planeta atravesó esa experiencia, la Organización de las Naciones Unidas decidió establecer el 7 de septiembre como el Día Internacional del Aire Limpio.

Este gesto no hace más que reconocer que respirar aire saludable es un derecho universal. Más tarde, en 2022, la Asamblea General de la ONU lo reafirmó al declarar oficialmente que todas las personas tenemos derecho a vivir en un ambiente sano. Sin embargo, como advirtió António Guterres, secretario general de la organización, es necesario que ese reconocimiento se transforme en políticas concretas que garanticen este derecho para todos los habitantes de la Tierra.

No todos respiramos el mismo aire

La experiencia demuestra que no todos los países respiran el mismo aire. En regiones como Europa, Estados Unidos, Canadá o Japón, existen marcos regulatorios estrictos y sistemas de control permanente para reducir las emisiones contaminantes. ¿El resultado de estas medidas? La calidad del aire mejoró de forma notable en las últimas cuatro décadas.

Pero lamentablemente, esa no es la realidad en todo el planeta. En países con menos recursos, donde la calidad del aire no es considerada una prioridad, millones de personas siguen respirando altos niveles de componentes tóxicos. Y de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), estas desigualdades se traducen en cifras escandalosas de enfermedades respiratorias, cardiovasculares y muertes prematuras.

Porque no solo se trata de un mayor riesgo de asma o bronquitis. Cuando se respira aire sucio también aumentan las probabilidades de sufrir infartos, accidentes cerebrovasculares y distintos tipos de cáncer. En definitiva, la contaminación atmosférica se ha convertido en una de las principales amenazas ambientales para la salud humana.

La ciencia al rescate

Si bien el panorama es desalentador, gracias a la investigación científica se sabe cada vez más sobre cómo se comportan los contaminantes, qué efectos producen y cómo controlarlos. Ese conocimiento permitió diseñar regulaciones más estrictas y tecnologías que reducen las emisiones industriales y del transporte.

Pero la lucha no debe terminar ahí. Aún queda mucho por hacer en materia de transporte limpio, transición energética, control de quema de residuos y vigilancia de la calidad del aire en las ciudades más vulnerables. Pero los miembros de organizaciones ambientalistas como Greenpeace advierten que las desigualdades seguirán aumentando a menos que los gobiernos inviertan en métodos y políticas novedosas. Para que así todos los ciudadanos del mundo puedan respirar el mismo aire: aire puro. 

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