Jerónimo Weich: de mochilero a ecoaldeano consciente


Jerónimo Weich, de 31 años, decidió dejar atrás una vida urbana y acomodada en Buenos Aires para construir una existencia sustentable basada en comunidad, bioconstrucción y regeneración ambiental. Su historia refleja el creciente ecoactivismo que atraviesa a nuevas generaciones que buscan formas de vida más coherentes con el planeta.
Rompiendo la burbuja urbana
A los 18 años, Jerónimo abandonó sus estudios de cine y el rugby en el Liceo Naval Militar para emprender un viaje sin itinerario por Latinoamérica. Pasó por Bolivia, Perú, Colombia, Costa Rica, Panamá y Nicaragua. Allí descubrió otras realidades y vivencias que lo hicieron cuestionar la lógica del consumo y el confort.
“Era feliz, pero algo dentro me decía que había algo más. Ese fue el primer clic”, dijo en entrevista con Diario AS.
Durante esa etapa, durmió en la calle, trabajó como malabarista y vendió artesanías para sostenerse. Reconoce que ese proceso fue tan duro como liberador.
“Quise dejar atrás todo lo que tuve cuando nací, en especial los privilegios, porque todo eso nos encierra en una burbuja”.
Arte, comunidad y libertad
En su recorrido, descubrió que el arte callejero le abría puertas y corazones:
“En todas partes me recibían bien porque cuando uno viaja dando arte, buena energía, recibe lo mismo. Es hermoso”.
Aquella experiencia fue, para él, una verdadera escuela de vida. Lo llevó a valorar la hospitalidad de las comunidades, la fuerza de la cultura compartida y la posibilidad de vivir con poco sin perder la dignidad.
Una nueva vida en Traslasierra
Tras casi dos años de viaje, decidió instalarse junto a su pareja en el Valle de Traslasierra, Córdoba. Allí levantaron su propia casa con barro, adobe, madera y técnicas de bioconstrucción. No se trató solo de un proyecto arquitectónico, sino de una filosofía de vida que combina eficiencia bioclimática, uso responsable del agua y materiales locales.
“Yo planeo la regeneración. Necesitamos colaborar con la naturaleza para agilizar los procesos”.
Hoy su vida diaria integra prácticas de captación de agua de lluvia, ventilación pasiva y aislamiento natural, en armonía con el entorno serrano.
Redes comunitarias y ecoaldeas
Jerónimo forma parte de redes de ecoaldeas y consejos latinoamericanos que promueven la bioconstrucción, la permacultura y la vida comunitaria. Estas organizaciones fomentan la creación de espacios colaborativos, llamados mingas, donde varias familias se reúnen para construir, compartir saberes y fortalecer lazos sociales.
Su objetivo es claro: crear una red de comunidades que no solo sean autosustentables, sino regenerativas, capaces de devolverle a la tierra más de lo que consumen.
Proyecto educativo y social
“Queremos una comunidad de aprendizaje donde la gente pueda trabajar de manera permacultural e interconectada”.
También proyecta construir domos para actividades colectivas, una cocina comunitaria y espacios para seminarios y talleres. Su meta es que la finca se convierta en un santuario del agua y la biodiversidad, con producción agroecológica y familiar.
Una experiencia compartida con su padre
Un momento clave en su proceso de transformación fue cuando su padre lo visitó durante su estadía en Panamá. Vivieron juntos diez días en condiciones austeras.
“Cuando él bajó del avión me reconoció como un hombre, no como un niño”.
Esa experiencia fortaleció su vínculo familiar y reafirmó su camino. Cada uno, desde su lugar, encontró una forma de servir: Jerónimo desde el ecoactivismo comunitario y su padre desde el compromiso social.
Para Jerónimo, el tiempo de hablar de “sustentabilidad” ya pasó. Considera que la humanidad debe avanzar hacia la regeneración ecológica, un concepto que implica reparar los daños ya causados y colaborar activamente con la naturaleza.
“Necesitamos dejar de pensar en consumir menos y empezar a pensar en cómo devolver más”.