COP30 en Brasil y lo que todavía incomoda

Imagen aérea de una selva verde con un gran claro en forma del mapa de Brasil que simboliza la deforestación.

Falta poco para que la ciudad de Belém reciba a miles de delegados, medios y representantes de distintos países. La COP30 se va a hacer ahí, en un punto clave de la Amazonía. La idea detrás de esta elección es obvia: mostrar al mundo que Brasil puede liderar el debate ambiental desde su propio territorio.

Pero al mismo tiempo que se preparan los salones y las cumbres, hay decisiones que están generando ruido. Incluso entre quienes confiaban en que con Lula habría un cambio real.

Ibama, el ente que regula el medio ambiente en Brasil, acaba de autorizar dos acciones muy discutidas: una perforación petrolera frente a la desembocadura del Amazonas y una explosión de rocas sobre el río Tocantins, para facilitar el transporte comercial. Ambas en zonas donde viven comunidades enteras que dependen del agua y del equilibrio natural para sostenerse.

Desde los espacios ambientales llegaron las críticas. Y también desde adentro del Estado. Cleberson Zavaski, que representa a los trabajadores ambientales federales, lanzó la pregunta con tono resignado: “¿Qué va a mostrar Brasil en la COP30? ¿Un discurso de buenas intenciones mientras hace lo contrario?”.

Pero esto no queda ahí. En el Congreso avanza un proyecto de ley que modifica los controles ambientales. Busca reducir los pasos de aprobación para obras de infraestructura y acelera procesos que, hasta ahora, pasaban por filtros técnicos. Si se aprueba como está, podría habilitar, por ejemplo, que se pavimente por completo la BR-319, una ruta que atraviesa el corazón de la selva. Ambientalistas aseguran que eso sería una puerta abierta al avance del agronegocio y al aumento de la deforestación.

Dentro del equipo de gobierno, las posturas están divididas. Marina Silva, que maneja la cartera ambiental, viene marcando su desacuerdo con varios proyectos. Cree que se está tirando por la borda el esfuerzo hecho en los últimos años. Aun así, no logra que la escuchen. En otras áreas del gabinete, apoyan las nuevas medidas sin tapujos. Lula, en medio de todo, prefiere no meterse de lleno.

Las señales no son alentadoras. Desde el Observatorio del Clima hasta Amazon Conservation vienen diciendo lo mismo: que se está cruzando un límite. Que estos cambios, lejos de sumar, pueden acelerar procesos de degradación que después ya no tienen vuelta atrás. Y no es solo la selva: también es el clima, la biodiversidad, las comunidades.

No es nuevo este dilema entre crecimiento y protección. Lo que sí cambia es el escenario. Ahora todo esto pasa justo antes de la COP30, y nada menos que en la Amazonía. El contraste entre lo que se dice y lo que se hace se vuelve más visible que nunca.

Silva ya renunció una vez cuando vio que su lucha era ignorada. Algunos piensan que, al menos esta vez, habrá más ojos mirando. Otros temen que eso vuelva a pasar. Y que el silencio no pasará tan fácil.

Porque al final del día, lo que se discute no es solo política. Es qué modelo de país quiere ser Brasil. Y si va a llegar a la COP30 con algo más que promesas.

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