“El cambio climático exige una solidaridad que la humanidad nunca ha conocido”


Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Ambiente de Colombia y referente clave en el debate ambiental de América Latina, en diálogo con Mongabay, analizó los hallazgos del último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) con una claridad inquietante: “La situación es muy compleja”.
Rodríguez no solo habla desde la experiencia institucional, sino también desde una preocupación. “Lo que el informe muestra es que estamos lejos de adaptarnos como deberíamos. Hay muchas ideas, pero pocas acciones concretas. Y lo que es peor: algunas de las medidas que se están tomando, lejos de reducir la vulnerabilidad, la están agravando”, sostuvo al medio citado.
Las promesas rotas del Acuerdo de París
Si bien en 2015 casi todos los países del mundo firmaron el Acuerdo de París con el compromiso de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, los resultados distan de ser alentadores. “Las emisiones no han parado de crecer. En América Latina también. Entonces uno se pregunta: ¿de qué sirve la firma de un acuerdo si no se traduce en políticas efectivas?”, plantea el exministro.
Reconoce que hay esfuerzos, como el impulso a las energías renovables o el desarrollo de vehículos eléctricos, pero advierte que esos avances coexisten con un modelo que sigue dependiendo de los combustibles fósiles. “Vamos hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo”, dice al portal mencionado.
Greenwashing a escala global
Uno de los aspectos que más indigna a Rodríguez es la falta de coherencia de las grandes empresas petroleras. Cita un estudio reciente que revela cómo firmas como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron han prometido transformarse en compañías de energías limpias, pero en la práctica siguen invirtiendo masivamente en combustibles fósiles. “Lo que hacen es propaganda. No hay una verdadera transición. Los investigadores hablaron claramente de greenwashing”, denuncia.
“Es muy grave que estas compañías líderes en el mundo den ese ejemplo. Todo termina jugándose en la codicia. Es una irresponsabilidad extraordinaria”.
La brecha entre el discurso y el financiamiento
De acuerdo con Rodríguez, la falta de recursos es uno de los principales obstáculos para la adaptación climática en América Latina. “Después de la pandemia, países como Colombia o Perú tienen una crisis fiscal enorme. Pensar que van a destinar fondos nuevos a medidas ambientales, sin ayuda externa, es ingenuo”, sostiene.
Incluso cuando existen leyes ambiciosas, como la Ley de Acción Climática en Colombia, se topan con una realidad implacable: no hay presupuesto para hacerlas cumplir. “¿Dónde están los fondos para restaurar ecosistemas, reubicar poblaciones o construir infraestructuras resilientes?”, se pregunta.
La deforestación, por ejemplo, es otro frente crítico. “Todos los gobiernos dicen que hay que detenerla, pero en regiones como la Amazonía, el Estado simplemente no está. Hay más territorio que presencia institucional”.
La pobreza: el rostro más vulnerable del cambio
Es importante mencionar que uno de los puntos más inquietantes del informe es su advertencia sobre cómo el cambio climático golpea con más dureza a las poblaciones en situación de pobreza. “Muchos viven en zonas de alto riesgo: laderas inestables, riberas de ríos o áreas inundables”, explica Rodríguez. “Las lluvias intensas provocan deslizamientos que matan personas, destruyen casas, y todo eso ocurre donde nunca debió haberse construido. Adaptar implica reubicar, y eso cuesta muchísimo dinero”.
Lo mismo sucede en el campo. “Las cosechas de los pequeños productores están completamente expuestas a las lluvias extremas o las sequías. Ellos no tienen seguros, ni reservas, ni acceso a tecnología. Son extremadamente vulnerables”.
¿Hay margen para actuar sin dinero?
“No hay forma de que los países del sur financien esto solos”, afirma. Aquí entra en juego una deuda histórica. “Los países más desarrollados, que han sido los mayores emisores, tienen la obligación moral y legal de transferir fondos. Esto quedó claro desde la Convención sobre Cambio Climático”, recuerda. Sin embargo, esa solidaridad no llega. “Un profesor de Oxford me lo dijo en los años 90 y no lo olvidé: el gran problema de los desafíos ambientales globales es que exigen una solidaridad internacional en proporciones que jamás hemos conocido”.
“Cuando se talan o queman bosques, se liberan grandes cantidades de carbono”. La región amazónica es clave. “Estamos viendo cómo partes del bosque se vuelven más secas. Si se cruza cierto umbral, puede comenzar a transformarse en sabana, lo que alteraría por completo los sistemas de lluvia en toda la región andina”.
También menciona el impacto de las sequías recientes en el Pantanal, el humedal más grande del mundo, cuya degradación afecta no solo a la biodiversidad, sino también a la pesca local y a la economía regional.
Agricultura, seguridad alimentaria y falsas soluciones
La agricultura, señala Rodríguez, se desarrolló en un clima históricamente estable, pero esa era terminó. “Ahora debemos pensar en cultivos resistentes a condiciones extremas. Ya hay avances en algunos países, pero falta muchísimo”.
Una de sus principales advertencias es que, ante la escasez de agua o el deterioro de los suelos, algunos gobiernos terminan recurriendo a soluciones que empeoran el problema. Cita el caso de Chile, donde se han construido embalses bajo el argumento de adaptación, pero en realidad benefician a grandes agroexportadores y profundizan el estrés hídrico en zonas secas. “El informe del IPCC es claro: cuidado con las medidas que, al final, tienen un balance negativo”.
¿Una salida posible?
Hay soluciones, insiste Rodríguez, pero requieren decisión política y escala. Destaca, por ejemplo, los sistemas silvopastoriles: una forma de ganadería que combina árboles, pastos y arbustos. “Aumentan la productividad y ayudan a conservar la biodiversidad. Se hizo un proyecto piloto en Colombia con muy buenos resultados, pero después no se expandió. Si seguimos a ese ritmo, nos tomará cien años transformar dos millones de hectáreas”.
“La justicia climática no es un eslogan. O encontramos una forma real de cooperación internacional, o vamos a seguir viendo cómo los más vulnerables pagan el precio del desastre que otros causaron”, concluyó el profesional.